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Racconto “Gentileza”

Riceviamo da Silvia Beatriz Cecchi, scrittrice argentina e ambasciatrice della Universum Academy Switzertland nella Reppubblica Argentina, un racconto in lingua spagnola dal titolo “Gentileza”

Por entonces, con mis cuarenta años recién cumplidos, decidía abando nar la comodidad que me representaba ser maestra de una escuela confortable del centro de mi ciu dad para dar paso a un deseo no cumplido.

Se anunció una vacante como directora de una escuela rural a cuarenta kilómetros de mi cuidad y sin dudarlo me presenté al concurso. Una semana después, supe que mi examen había obtenido la más alta calificación entre las doce quinceque habían participado. Por consiguiente, el día después, a las siete de la mañana abordaba el autobús que en una hora de viaje, recorriendo la costa hacia el sur, me llevaría hacia un nuevo destino: La escuela rural, más alejada.

Al bajar del micro caminé ansiosa unos seiscientos metros hasta encontrarla.

Allí estaba, perdida en medio de la pampa rodeada de un verdor intenso, enfrentada a los médanos de la playa. Era pequeña, con tres aulas, una cocina y el espacio para la dirección.

Los árbolesa lo lejos, se doblaban por el viento implacable que no seda tregua en ese lugar. Pero asomaba la primavera y las retamas amarillas habían animado el paisaje siempre verde que ondulaban las arenas en el paisaje que bosquejaba imponente el viaje entre las barrancas y el azul del mar que, en tonos y urgencias cambiantes, asomaba de vez en cuando.

Entré a paso lento y firme. No me convenzo jamás, de inmediato, en las cosas que me succede como un sueño cumplido y a la vez inesperado. Uno de tantos…

Una señora con rostro amable salió a recibirme.

_ Me llamo Teresa y soy la portera-

me dijo extendiendo su mano con una sonrisa afable que mostraba una dentadura descuidada.

Detrás de ella tres maestras que eran el plantel docente con gestos de cortesía dibujados en sus rostros me dieron la bienvenida. Los alumnos llegaban de a uno o en grupos, y esperaban el toque de la campana para entrar a clases. Algunos venían a caballo y otros a pie. Supe que muchos a travesaban largas distancias. Los rostros curtidos por el frío y el escaso abrigo que los cubría hablaban por si mismos de las inclemencias que atravesaban esas pequeñas vidas.

No tardé en comprender las carencias a las que seenfrentabany confirmé que ese era el sitio donde sentiría que mi función sería ardua y útil.

– Les falta comida- me contó Teresa, que no se despegaba de mi lado y siguió enunciando una larga lista de carencias mientras mis ojos inspeccionaban la precariedad del de todo.

– Necesitamos muchas cosas aquí y más espacio techado para el invierno- agregó la maestra Graciela.

A las ocho en punto hice sonar la campana y los chicos se alinearon. Nos saludamos, me presenté como la nueva directora y en un breve monólogo que siguieron con atención,

que a partir de mañana trataran de conseguir un ladrillo o dos. Que no lo robaran, sino que los pidieran en el corralón donde vendían materiales o en obrasen construcción. En pocas semanasya teníamos ladrillos como para levantar una pared, en un mesel doble y así más y más…

Les propuse reunir semillas de las que sus madres desechaban en la cocina y también algunas papas para sembrar. Estas propuestas los entusiasmaron no entre todos, maestras y alumnos., emprendimos el proyecto de la huerta en los terrenos abiertos que lindaban con la escuela.

Escribí una nota al noticiero de la televisión esa misma tarde,

en un llamado solidario pues mi primer anhelo eraque esos niños recibieran en la escuela algo más que una copa de leche y un pan. Para muchos de ellos, era la única ración del día.

También solicité colaboración de ropas usadas y comida con la idea de que se podría organizar un comedor.

No pasó mucho tiempo. Una mañana aparecieron dos periodistas en la escuela para que yo hablara a las cámaras sobre las preocupaciones que nos afectaban.

En una mezcla de entusiasmo y preocupación que posiblemente se reflejaba en mi expresión y mi voz, expresé en pocaspalabras las necesidades de aquellos niños y de imperiosa necesidad de ayuda para transformar esa dura realidad.

En pocos días llegaron donaciones de frutas, pan, verduras, ropas… y mayor fue la sorpresa cuando vi detenerse en la puerta de la escuela, sobre la calle de tierra, un vehículo del cual bajaron tres ombre jóvenes. Salí a su encuentro y se presentaron como marineros de un buque pesquero de altura,

denominado “Veraz”.

Me contaron –Estábamos en altamar cuando vimos por televisión su pedido de colaboración. Todos los tripulantes de nuestra embarcación sentimos un fuerte impulso por ayudar a esta escuela. Vamos a destinar el uno por ciento de nuestros ingresos mensuales para que estos niños tengan sus necesidades básicas satisfechas. Es más, acotó otro de los hombres, hablamos con nuestros amigos que son tripulantes del buque “Franca”, y ellos se van a sumar del mismo modo a nuestra donación.

Teresa les acercó una café caliente mientras yo los escuchaba atónita detrás de mi escritorio. Quedaron en volver en pocos días y por supuesto, cumplieron.

Traían, con enorme gentileza, un cheque con una suma de dinero muy interesante que deposité ese mismo día en el banco e informe a las autoridades superiores. En la semana entrante la escuela contaba con mapas, pizarrones nuevos, papelería en abundancia, máquina de escribir lápices de colores, cuadernos para todos y los más importante fue la apertura del comedor escolar al que concurrían todos los niños y algunos padres que no tenían trabajo con hermanitos menores. Teresa se convirtió en una experta en cocina, con menú es que ideábamos de acuerdo a la mercadería que podíamos comprar. Las maestras conformaron un equipo sólido, desdoblando su entusiasmo y energía, mientras el huerto florecía en esa primavera brotada de esperanzas.

Los aportes se reiteraban infaltables cada mes. Cuando

saciaron las necesidades básicas, el nuevo proyecto se orientó aconstruirdos aulas para mayor comodidad, dado que los grados estaban agrupados, dos en uno.

Así fue que con el trabajo de los padres que se ofrecieron para alzarlas paredes, en sus tiempos libres. En pocos meses se levantaron dos amplios salones, cuyas paredes, en parte, contuvieron los muchos ladrillosque cada mañana aportaban los alumnos dando la explicación del caso de cómo los habían conseguido. Sentía yo una inmensa ternura al verlos llegar con uno o dos ladrillos y cada díasumados al apotre de algunas semillas para el huerto quecuidábamos con esmero, envueltos en el entusiasmo por los logros conseguidos.

Los generosos navegantes, en sus días de descanso llegaban a la escuela con golosinas, con proyectores y películas que les mostraban la vida en el mar.

Grande fue nuestra emoción cuando organizamos la gran fiesta de inauguración de las nuevas aulas, que llevaron los nombres de “Buque Veraz” y “Buque Franca” Después de las estrofas del Himno Nacional Argentino, cuatro alumnos dieron unos pasos hacia las nuevas aulas y descubrieron las placas que mostraban en su brillo, los nombres de las naves en muestra de nuestro agradecimiento y a la generosidad de esos marineros que repararon las carencias de una escuela, perdida en el sur de la pampa argentina.

Silvia Beatriz Cecchi. Escritora Argentina.

Embajadora de UNICERSUM

Academy Switzerland en la República Argentina